Erika observaba
silenciosamente por la mirilla de la puerta, del otro lado, sus secuestradores
comentaban sobre el partido de futbol de la noche anterior. Uno de ellos, el
más gordo, se levantó del sofá, caminó hacia la cocina, abrió la puerta del
refrigerador, con gran indecisión tomó un platón que contenía algunas orejas de
personas, las metió en el horno de microondas hasta que empezaron a crujir,
salivando las tomó y las masticaba como si fuera cualquier otro tipo de carne,
los otros dos secuestradores seguían discutiendo sobre el gol anulado de
anoche. Erika seguía observando tratando de leer sus labios, una venda le
cubría gran parte de la cabeza, con los
costados ensangrentados, pensaba en que negociaban su rescate, se alejó de la puerta,
se recostó en el suelo mientras imaginaba su libertad y lo poco que le
importaba no poder volver a usar sus aretes favoritos.
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