Pese a los minutos desde el
balazo en la frente, el culo de Alicia seguía tibio, dulce, angustiosamente
estrecho. Mientras la penetraba, el asesino le escribía maldiciones con un
marcador negro en la espalda y en las nalgas. Pero su romance no terminaría esa
noche, dejaría el cadáver en la cama dos o tres días más.
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