Dedicado a Vidal, contador interminable
de historias sobre la selva y el mar.
Eran mas o menos las seis de la tarde, lo sabía porque por la ventana vi pasar a las gaviotas, llevaban los ojos fijos en el horizonte y las alas cansadas, se dirigían hacia el barco que encallo allá en el arrecife, aquél que naufragó con el último huracán y que ahora solo sirve para que las gaviotas pasen ahí las noches. Además era la hora de los mosquitos que ya comenzaban a picarme los brazos y las piernas, por eso me levante de la hamaca y prendí la vela que estaba sobre la mesa. Había dormido casi todo el día y mis ojos estaban ya cansados de tanto dormir, por eso los traía hinchados, es mentira que se me hinchen por llanto, ya no lo hago más, ya no le lloro a la que me abandonó. Me acuerdo que tenía un mal sabor de boca y para quitármelo encendí un cigarro, el pelo se me alborotaba con el aire que venía del mar y que entraba por la ventana, una caguama sobre la mesa me recordó que tenía que ir al pueblo, hoy es viernes y en la cantina hay “Hora feliz”.
Hacía ya varios meses que no iba a la playa y mucho menos me embarcaba a pescar, desde que ella se fue ya no tengo ánimos de nada, es increíble que alguien se vuelva tan necesario y de repente irse un día, así sin más ni más. Nunca supe la razón pero recuerdo que se largó el mismo día en que el Teniente Villafuerte (que había venido desde el puerto de Veracruz), zarpó hacía Tamaulipas, nunca hice caso a los rumores de la gente, dijeron que el tal Villafuerte la enamoró en las piedras que están cerca del faro, un día se la encontró cuando ella venía de recoger caracoles, conchas y esqueletos de erizos que vendía en la plaza. Nomás le hablo bonito al oído y ella cayó a sus pies, yo no lo creía pero lo sospechaba porque un día me dijo que la marina era lo máximo, que le gustaban mucho los uniformes y después me di cuenta que no eran los uniformes sino los uniformados. Perdí todo cuando la perdí a ella, no me gusta acordarme de eso porque me agarra la tristeza.
La luna ya entraba por la ventana, era hora de ir al pueblo, me puse mis chancletas y decidí primero dar una caminada por la playa para ver el camino que refleja la luna sobre el mar. Anduve sobre la arena y de pronto vi una sombra que se arrastraba playa arriba, me acerque y me di cuenta que era una caguama que salía a desovar, la dejé seguir su camino y yo continué con el mío pero la necesidad de tener dinero para componer mi motor y salir a pescar era más y regresé a mi casa por un machete y un par de cubetas, destacé a la tortuga, metí las aletas en una cubeta y los huevos en otra. Me devolví a la casa y guarde algunos trozos de carne en la nevera junto con los huevos, el resto lo metí en una mochila y me fui para la cantina. Cuando llegué vi a Don Teófilo sentado en una mesa con Rigoberto, el hijo del panadero, seguramente hablaban sobre poner otra panadería fuera del pueblo, en la capital del Estado donde el comercio da más frutos. Algunos pescadores estaban reunidos en un rincón contando anécdotas mientras mujeres oliendo a sexo y a perfume barato se sentaban en sus piernas y les mecían los cabellos. Me dirigí a la barra y le pedí a Pedro una cerveza, en el lugar no había ningún posible comprador de la mercancía que traía, cuando terminé mi cerveza ya estaba dispuesto a irme, pero de pronto entro a la cantina Don Gaspar, dueño de varias fondas en la capital estatal que siempre están llenas de clientes extranjeros, se sentó con su compadre Melquíades el dueño de la botica, hablaban probablemente del último paquete de hierba que le llegó al boticario, siempre esta bien surtido y Don Gaspar se la compra para vendérsela a los extranjeros. Pedí otra cerveza y me dirigí a su mesa, Buenas Don Gaspar, cómo le va, Que pasó Eleazar pensé que no te ibas a levantar hoy, pos como te pusiste bien briago anoche, No pos ya ve que soy aguantador, las cervezas me alimentan, me da la energía que necesito pa’ levantarme cada día. Melquíades se levantó, creo que se había incomodado de mi presencia, se despidió de Don Gaspar y salió de la cantina. Le traigo un negocito, cómo andan sus platillos en sus restaurantes, Bien, gracias a Dios me va bien, siempre tenemos de todo, Bueno pero ya no vende platillos exóticos, No ya no, desde que se pusieron las leyes esas pa’ proteger a los animales he dejado de vender ese tipo de comida, lo malo es que dejaban más lana, Pos que le parece si vuelve a incluir en el menú tortuga, Tortuga, Sí, de las de mar, No, no quiero tener problemas con la ley, además no tengo tiempo para ir a saquear los nidos, prefiero vender comida común y corriente sin problemas, la última vez que vendí tortuga casi pierdo uno de mis restaurantes, el gobierno me lo quería quitar, Anímese, mire no tiene que ir a saquear los nidos, aquí traigo una. Eleazar acercó su mochila cuidadosamente y sin que nadie pudiera ver abrió el cierre dejando ver las aletas de la tortuga. A chingá dónde la encontraste, en la playa, salió a desovar cerca de mi casa, no había nadie, nadie me vio, Y los huevos, Esos los tengo allá en la casa, son cerca de doscientos, Estas seguro de que nadie te vio, pos claro, además borré todo rastro. Don Gaspar se tomó unos minutos para pensar, tomó un trago de cerveza y cruzó los brazos, después de un respiro hondo se convenció, salimos de la cantina y nos dirigimos a mi casa en su camioneta, llegando allá saqué de la nevera los huevos y se los di, Don Gaspar me pagó a peso cada huevo, recibí en total por los huevos ciento setenta y cinco pesos, y por las aletas doscientos pesos más, cuando cerramos el trato y se fue me quedé acostado en mi hamaca, mirando pa’l techo, después de algunos minutos me fui otra vez a la cantina . Cuando llegué ya solo había algunos pescadores que tomaban cerveza con mujerzuelas, pedí una mesa, una botella y una vieja, cuando terminé con la botella me fui pa’ mi casa con aquella mujer de voluptuoso cuerpo, era una morena fogosa y seguimos bebiendo, entre otras cosas. Por la mañana cuando desperté me hallaba solo, aquella amante pasajera se había ido, el sol que entraba por la ventana me daba en la cara molestándome con su luz y un dolor de cabeza me puso de mal humor, tenía la boca seca y una sed endemoniada así que busqué algo de beber, no había nada y el dinero me lo había gastado en alcohol y sexo barato, la sed se volvía más insoportable, salí de mi casa rumbo a la playa, llegué al sitio donde había estado la noche anterior y ahí sobre la arena estaba recostada, los rayos del sol le pegaban en el dorso, la toque y noté que estaba muy caliente, tome la caguama y la lleve a casa, sentí como si hubiera encontrado un tesoro, saqué hielo de la nevera para enfriarla y me la bebí.
Ahora sigo en espera de algún trabajo para ganar algunos pesos y arreglar mi motor. El resto de la caguama lo devolví al mar esa misma noche. De eso… de eso me acuerdo bien.
de historias sobre la selva y el mar.
Eran mas o menos las seis de la tarde, lo sabía porque por la ventana vi pasar a las gaviotas, llevaban los ojos fijos en el horizonte y las alas cansadas, se dirigían hacia el barco que encallo allá en el arrecife, aquél que naufragó con el último huracán y que ahora solo sirve para que las gaviotas pasen ahí las noches. Además era la hora de los mosquitos que ya comenzaban a picarme los brazos y las piernas, por eso me levante de la hamaca y prendí la vela que estaba sobre la mesa. Había dormido casi todo el día y mis ojos estaban ya cansados de tanto dormir, por eso los traía hinchados, es mentira que se me hinchen por llanto, ya no lo hago más, ya no le lloro a la que me abandonó. Me acuerdo que tenía un mal sabor de boca y para quitármelo encendí un cigarro, el pelo se me alborotaba con el aire que venía del mar y que entraba por la ventana, una caguama sobre la mesa me recordó que tenía que ir al pueblo, hoy es viernes y en la cantina hay “Hora feliz”.
Hacía ya varios meses que no iba a la playa y mucho menos me embarcaba a pescar, desde que ella se fue ya no tengo ánimos de nada, es increíble que alguien se vuelva tan necesario y de repente irse un día, así sin más ni más. Nunca supe la razón pero recuerdo que se largó el mismo día en que el Teniente Villafuerte (que había venido desde el puerto de Veracruz), zarpó hacía Tamaulipas, nunca hice caso a los rumores de la gente, dijeron que el tal Villafuerte la enamoró en las piedras que están cerca del faro, un día se la encontró cuando ella venía de recoger caracoles, conchas y esqueletos de erizos que vendía en la plaza. Nomás le hablo bonito al oído y ella cayó a sus pies, yo no lo creía pero lo sospechaba porque un día me dijo que la marina era lo máximo, que le gustaban mucho los uniformes y después me di cuenta que no eran los uniformes sino los uniformados. Perdí todo cuando la perdí a ella, no me gusta acordarme de eso porque me agarra la tristeza.
La luna ya entraba por la ventana, era hora de ir al pueblo, me puse mis chancletas y decidí primero dar una caminada por la playa para ver el camino que refleja la luna sobre el mar. Anduve sobre la arena y de pronto vi una sombra que se arrastraba playa arriba, me acerque y me di cuenta que era una caguama que salía a desovar, la dejé seguir su camino y yo continué con el mío pero la necesidad de tener dinero para componer mi motor y salir a pescar era más y regresé a mi casa por un machete y un par de cubetas, destacé a la tortuga, metí las aletas en una cubeta y los huevos en otra. Me devolví a la casa y guarde algunos trozos de carne en la nevera junto con los huevos, el resto lo metí en una mochila y me fui para la cantina. Cuando llegué vi a Don Teófilo sentado en una mesa con Rigoberto, el hijo del panadero, seguramente hablaban sobre poner otra panadería fuera del pueblo, en la capital del Estado donde el comercio da más frutos. Algunos pescadores estaban reunidos en un rincón contando anécdotas mientras mujeres oliendo a sexo y a perfume barato se sentaban en sus piernas y les mecían los cabellos. Me dirigí a la barra y le pedí a Pedro una cerveza, en el lugar no había ningún posible comprador de la mercancía que traía, cuando terminé mi cerveza ya estaba dispuesto a irme, pero de pronto entro a la cantina Don Gaspar, dueño de varias fondas en la capital estatal que siempre están llenas de clientes extranjeros, se sentó con su compadre Melquíades el dueño de la botica, hablaban probablemente del último paquete de hierba que le llegó al boticario, siempre esta bien surtido y Don Gaspar se la compra para vendérsela a los extranjeros. Pedí otra cerveza y me dirigí a su mesa, Buenas Don Gaspar, cómo le va, Que pasó Eleazar pensé que no te ibas a levantar hoy, pos como te pusiste bien briago anoche, No pos ya ve que soy aguantador, las cervezas me alimentan, me da la energía que necesito pa’ levantarme cada día. Melquíades se levantó, creo que se había incomodado de mi presencia, se despidió de Don Gaspar y salió de la cantina. Le traigo un negocito, cómo andan sus platillos en sus restaurantes, Bien, gracias a Dios me va bien, siempre tenemos de todo, Bueno pero ya no vende platillos exóticos, No ya no, desde que se pusieron las leyes esas pa’ proteger a los animales he dejado de vender ese tipo de comida, lo malo es que dejaban más lana, Pos que le parece si vuelve a incluir en el menú tortuga, Tortuga, Sí, de las de mar, No, no quiero tener problemas con la ley, además no tengo tiempo para ir a saquear los nidos, prefiero vender comida común y corriente sin problemas, la última vez que vendí tortuga casi pierdo uno de mis restaurantes, el gobierno me lo quería quitar, Anímese, mire no tiene que ir a saquear los nidos, aquí traigo una. Eleazar acercó su mochila cuidadosamente y sin que nadie pudiera ver abrió el cierre dejando ver las aletas de la tortuga. A chingá dónde la encontraste, en la playa, salió a desovar cerca de mi casa, no había nadie, nadie me vio, Y los huevos, Esos los tengo allá en la casa, son cerca de doscientos, Estas seguro de que nadie te vio, pos claro, además borré todo rastro. Don Gaspar se tomó unos minutos para pensar, tomó un trago de cerveza y cruzó los brazos, después de un respiro hondo se convenció, salimos de la cantina y nos dirigimos a mi casa en su camioneta, llegando allá saqué de la nevera los huevos y se los di, Don Gaspar me pagó a peso cada huevo, recibí en total por los huevos ciento setenta y cinco pesos, y por las aletas doscientos pesos más, cuando cerramos el trato y se fue me quedé acostado en mi hamaca, mirando pa’l techo, después de algunos minutos me fui otra vez a la cantina . Cuando llegué ya solo había algunos pescadores que tomaban cerveza con mujerzuelas, pedí una mesa, una botella y una vieja, cuando terminé con la botella me fui pa’ mi casa con aquella mujer de voluptuoso cuerpo, era una morena fogosa y seguimos bebiendo, entre otras cosas. Por la mañana cuando desperté me hallaba solo, aquella amante pasajera se había ido, el sol que entraba por la ventana me daba en la cara molestándome con su luz y un dolor de cabeza me puso de mal humor, tenía la boca seca y una sed endemoniada así que busqué algo de beber, no había nada y el dinero me lo había gastado en alcohol y sexo barato, la sed se volvía más insoportable, salí de mi casa rumbo a la playa, llegué al sitio donde había estado la noche anterior y ahí sobre la arena estaba recostada, los rayos del sol le pegaban en el dorso, la toque y noté que estaba muy caliente, tome la caguama y la lleve a casa, sentí como si hubiera encontrado un tesoro, saqué hielo de la nevera para enfriarla y me la bebí.
Ahora sigo en espera de algún trabajo para ganar algunos pesos y arreglar mi motor. El resto de la caguama lo devolví al mar esa misma noche. De eso… de eso me acuerdo bien.
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