diciembre 28, 2005

El placer del dolor

Caminaba con una despreocupación envidiable por las calles, era poco más de las cuatro de la tarde, el suelo húmedo por la lluvia que ahora había cesado opacaba el ruido de sus pasos, estaba deseoso de encontrar a Martha y llevarla a su casa pues era el día en que por fin la haría suya. La había conocido hace un par de meses aproximadamente en un centro comercial, él miraba un aparador de ropa interior para mujer mientras ella salía de la tienda, el quedó asombrado al ver aquel rostro tan bello y esa figura tan esbelta de su cuerpo, decidió seguirla unos cuantos metros hasta que pudo abordarla con la primer pregunta que se le ocurrió −Disculpe, se le acaba de caer este billete de su bolso−, no era de sorprender que esa casualidad haya aparecido tan de repente, él tenía amplia experiencia en abordar a mujeres hermosas y por supuesto aquel billete lo había sacado de su propia billetera para decirle a aquella joven que se le había caído, −Oh, muchas gracias, no me dí cuenta, se lo agradezco−, mientras decía esto Martha se detuvo un instante para abrir su bolso de mano y guardar aquel billete aunque la inquietó un poco el recordar que casi no llevaba efectivo, −Puedo invitarle un café?, si desea pagarme el favor creo que me haría feliz al aceptar mi invitación−, titubeante Martha pensaba en que decir un rotundo No sería muy descortés de su parte pues, pensando que aquel hombre de honestidad invaluable le había devuelto un billete que ella había tirado por descuido, o al menos así él se lo hizo creer, −Está bien, acepto su invitación−, cuando terminó de decir esto Martha, él con una sonrisa y un ademán con la mano derecha la invitó a seguir caminando para ir en busca de la cafetería que se encontraba en la planta baja del centro comercial. Una vez en frente del “Café Veracruz”, entraron, él amablemente le indicó la mesa y le apartó la silla para que Martha se sentara, posteriormente lo hizo él, quedaron frente a frente, Martha contemplaba su rostro amable, tenía el pelo un poco canoso, bigote discreto, un anillo de plata un poco voluptuoso en la mano izquierda, trataba de adivinar su edad y le calculó unos 35 años pues a pesar de sus discretas canas se veía jovial y lleno de vida aún. Se acercó el mesero para pedir la orden, él le indicó con la mano al mesero que tomara la orden de Martha −Qué va a ordenar? −, −Sólo un capuchino− dijo ella, él pidió un americano sin azúcar. ­−Mire que distraído soy, le he invitado un café y ni siquiera sé su nombre− dijo él mientras le sonreía a Martha, −Martha, Martha González y el suyo? −, −Que mal educado soy, discúlpeme tampoco me he presentado, mi nombre es Humberto Ramírez para servirle, y usted estudia o trabaja en algún lugar? − mientras decía esto el mesero llegó con la orden pedida y se alejaba, ­−Trabajo en este centro comercial, en la tienda de ropa interior para dama que se encuentra acá arriba, solo que a esta hora nos dan un descanso de media hora para almorzar algo−, miró ella su reloj y tomó un trago de su café, paseaba sus manos por la mesa, −Mire que casualidad, entonces mi invitación coincidió con su hora de descanso, y a que hora sale de trabajar? digo, si no es indiscreción de mi parte saberlo−, Martha sonrió nerviosa y le dijo que a las 5 de la tarde, mientras platicaban el se mostraba muy curioso y amigable, tanto que ella sin dudar respondía a todas sus preguntas. Cuando terminó el descanso de Martha, él la acompañó hasta su trabajo. Todos los días él iba a visitarla y a invitarla a almorzar a la hora del descanso y posteriormente por las tardes iba por ella. Pasaron así dos meses antes de que ella aceptara ser novia de él, aunque pasó mucho tiempo antes de que él le propusiera una relación formal a Martha ella aceptó encantada, pues a Martha a pesar de sus 25 años no había tenido muchos novios y estaba muy nerviosa e indecisa en elegir la respuesta correcta cuándo él le propusiera ser una pareja formal.

Humberto mientras tanto planeaba su noche especial, en su casa, no muy lejos del centro comercial preparaba día con día el plan para consumar su relación con Martha. Vivía solo, en una casa grande ubicada en una calle muy poco transitada, debido a que el acceso principal estaba cerrado a los carros, su casa era hasta cierto punto muy común, una sala, un baño, comedor, cocina, dos recámaras, etc. Pero su mundo estaba en el que él le llamaba la Recámara del Amor, era una habitación en el la planta de arriba, en donde estaban las otras dos recámaras, la puerta estaba pintada de color negro que contrastaba con las otras puertas pintadas de color blanco, dentro de la Recámara del Amor, había una cama cómoda matrimonial, con sábanas blancas y una colcha roja de terciopelo, en un gran clóset se encontraban colgados vestidos de todo tipo, desde bellos vestidos de noche, hasta diminutas minifaldas de piel y blusas con gran escote. Dentro de los cajones del clóset se podía encontrar ropa interior para dama de todo tipo, microtangas, tangas, pantaletas, ligueros, sostenes, medias, bikinis. Abajo en el suelo había innumerables zapatillas de tacón alto, botas de tacón de aguja, zapatillas de plataforma. Contiguos al closet, había dos grandes baúles, en uno había juguetes eróticos como penes de plástico de todos tamaños y tipos, consoladores, vaginas de plástico, bolas chinas, muñecas de plástico, etc., y dentro del otro baúl había tenedores, cuchillos, látigos, encendedores, navajas, cadenas, lazos, botellas, antifaces, gargantillas con picos, tubos, esposas. En la parte central del cuarto había una gran mesa en la que se podían apreciar ralladuras, sangre seca y cabellos. Esto nadie lo sabía, ni siquiera el nombre verdadero de Humberto Ramírez, José Durán era su nombre, había heredado una gran fortuna de su padre y aunque podía vivir en una gran casa llena de lujos, él prefería tener varias casas chicas y hacer lo que le más le gusta en la vida, era un experto en el sadismo y lo disfrutaba mucho con todas las mujeres que había conquistado, actualmente tenía alrededor de 50 chicas en toda la ciudad con las que salía, pero debido a su astucia nunca habían coincidido una con otra y podía llevar estas relaciones tanto tiempo como quisiera, o como sucedía a menudo, cuando se aburría de alguna simplemente dejaba de verla. Ahora José Durán estaba ansioso por descubrir las delicias de su nueva novia, una chica de carisma y muy dulce, tanto que hasta aparentaba menos edad, eso lo excitaba de una manera incontrolable.

Por fin llegó el día en que la convenció para ir a su casa, era una noche de octubre, la llegada del otoño hacía que el clima se tornara un poco más frío, él llegó por ella a su trabajo y como de costumbre la esperó en la entrada sur del centro comercial. Martha iba vestida como le había pedido él, un sostén negro de media copa, una blusa negra de seda, un pantalón ajustado con el que se le marcaba perfectamente la perfección de sus glúteos y piernas, un par de zapatillas abiertas de tacón alto y finalmente su abrigo negro que le cubría el cuerpo del aire frío. Cuando llegaron a la casa de él, ella se sintió cómoda, segura y deseada, no tenía ahora la menor duda de entregarle su cuerpo a Humberto, pues estaba perdidamente enamorada de él, se sentaron en el sofá de la sala, tomaron algunas copas de vino mientras escuchaban románticas piezas de música clásica, cuando José decidió que era el momento la cargó en sus brazos y la subió hasta la Recámara del Amor, la posó lentamente sobre la colcha de terciopelo rojo de la cama y encendió una tenue luz en el cuarto, ella admiraba asombrada aquella recámara, pues contrastaba con la acogedora sensación que daba el resto de la casa. Él comenzó a besarla desesperadamente y ella le correspondió de inmediato, mientras él trataba de desabotonarle su blusa Martha lo detuvo, se apartó de José y se puso de pié a un costado de la cama, lentamente ella se iba despojando de su blusa, de aquel pantalón negro y quedó sólo en una provocativa ropa interior, José se abalanzó sobre ella, tocándola, manoseándola, besando todo su perfecto cuerpo, la aventó en la cama y del baúl sacó un par de cadenas, ella sonriendo colocó sus manos en frente, entregándolas a él, José le colocó las dos cadenas en cada una de sus muñecas y las fijó en dos argollas en el techo, Martha quedó de pié en la cama, con sus manos levantadas atadas a las cadenas que pendían del techo, José le colocó unas zapatillas plateadas de tacón muy alto, al verla en aquella posición, indefensa, con una tanga que con trabajos le cubría el vello de su pubis y un sostén que a causa de la posición de las manos resaltaba sus senos comenzó a desvestirse hasta quedar completamente desnudo, comenzó a masturbarse mientras la contemplaba, ella le imploraba que la penetrara, pero el se negó, tomó un fuete de su baúl y comenzó a azotar los glúteos de Martha, ella gemía y de vez en cuando soltaba un leve grito de dolor, los azotes cesaron hasta que los glúteos de Martha mostraron signos de irritación debido a su exagerada coloración roja que parecía que la sangre le iba a brotar de un momento a otro. José la desnudó por completo, cortando los tirantes del sostén pudo quitárselo sin soltarla de sus ataduras, tomó un tenedor de su baúl y comenzó a rasguñarla con él en los senos, veía las marcas que dejaban aquellos picos de metal sobre los pezones de Martha, ella gritaba y pedía que se detuviera, pero José no hacía caso, mientras ella se retorcía el la miró fijamente, se acercó a ella y la penetró violentamente una y otra vez hasta que se cansó. Martha estaba asustada, pensaba al principio que solo era un juego pero ahora ya no le gustaba pues José la lastimaba, cuando lo vio sacar del baúl otro par de zapatos le dio que por favor la soltara y él se negó, con dos lazos de seda separó y amarró los pies a ambos lados de la cama mientras lucían ahora un par de plataformas transparentes, José tomó un pene de plástico de grandes dimensiones y comenzó a penetrarla con el artefacto de una manera brutal, de tanto en tanto se lo sacaba para golpearle los glúteos con el mismo juguete, Martha lloraba implorando que se detuviera, que le dolía mucho, que no le gustaba, José la amordazó, la descolgó y desamarró para colocarla en la gran mesa del centro, ella le pedía con la cabeza que no, trataba de safarse de él pero no lo lograba pues José era tres veces más fuerte que ella. Tomó las esposas y la abrió de piernas de tal manera que los pies le colgaran a cada lado de la mesa y se los esposó a cada pata de aquella mesa, las manos de igual forma las amarró con los lazos de seda a cada pata, Martha mostraba asustada y trató de liberase cuando José sacó una navaja y se acercaba a ella, tomó una de sus piernas y de una manera rápida hizo un corte superficial, casi un leve rasguño pero tan preciso que de inmediato comenzó a emanar sangre la herida, él chupó la sangre tibia que salía de la pierna de Martha, le tapó los ojos y se trepó encima de ella, encendió una vela y comenzó a dejar caer la cera sobre su vientre y sus pechos, Martha se retorcía y continuaba llorando. Así pasó un largo rato, José hacía con el cuerpo de Martha lo que quería, la desataba, la cambiaba de posición, usaba sus juguetes sexuales en ella, la lastimaba, le ponía ropa, se la quitaba, hasta que decidió que ya había hecho lo suficiente, le quitó la venda de los ojos y la mordaza, Martha seguía llorando, el la miró complacido, le sonrió, −La belleza debe morir− le dijo mientras le clavaba una daga en el corazón. En la madrugada solo salió con un gran bulto en los brazos que colocó en la cajuela de su carro y se fue rumbo a las afueras de la ciudad, en una carretera casi intransitada se detuvo, abrió la cajuela y arrojó el cuerpo de Martha envuelto en una gruesa cobija que comenzaba a empaparse de sangre. Cuando regresaba a la ciudad el ya casi amanecía y decidió detenerse en un pueblito antes de llegar a la zona urbana en donde podía tomarse un café. Se detuvo en un pequeño restaurante, la hija del dueño que tenía 24 años y lucía una bella cara y un cuerpo de admirarse se acercó a tomarle la orden, −Qué desea señor? −, −Solo un café por favor−, el miraba como se alejaba la muchacha moviendo coquetamente sus caderas, dos minutos después ella regresó con el café, él agradeciéndole y sonriendo de una manera amable le preguntó −Disculpa creo que estoy perdido, me podrías ayudar? −.

Caguamas

Dedicado a Vidal, contador interminable
de historias sobre la selva y el mar.


Eran mas o menos las seis de la tarde, lo sabía porque por la ventana vi pasar a las gaviotas, llevaban los ojos fijos en el horizonte y las alas cansadas, se dirigían hacia el barco que encallo allá en el arrecife, aquél que naufragó con el último huracán y que ahora solo sirve para que las gaviotas pasen ahí las noches. Además era la hora de los mosquitos que ya comenzaban a picarme los brazos y las piernas, por eso me levante de la hamaca y prendí la vela que estaba sobre la mesa. Había dormido casi todo el día y mis ojos estaban ya cansados de tanto dormir, por eso los traía hinchados, es mentira que se me hinchen por llanto, ya no lo hago más, ya no le lloro a la que me abandonó. Me acuerdo que tenía un mal sabor de boca y para quitármelo encendí un cigarro, el pelo se me alborotaba con el aire que venía del mar y que entraba por la ventana, una caguama sobre la mesa me recordó que tenía que ir al pueblo, hoy es viernes y en la cantina hay “Hora feliz”.

Hacía ya varios meses que no iba a la playa y mucho menos me embarcaba a pescar, desde que ella se fue ya no tengo ánimos de nada, es increíble que alguien se vuelva tan necesario y de repente irse un día, así sin más ni más. Nunca supe la razón pero recuerdo que se largó el mismo día en que el Teniente Villafuerte (que había venido desde el puerto de Veracruz), zarpó hacía Tamaulipas, nunca hice caso a los rumores de la gente, dijeron que el tal Villafuerte la enamoró en las piedras que están cerca del faro, un día se la encontró cuando ella venía de recoger caracoles, conchas y esqueletos de erizos que vendía en la plaza. Nomás le hablo bonito al oído y ella cayó a sus pies, yo no lo creía pero lo sospechaba porque un día me dijo que la marina era lo máximo, que le gustaban mucho los uniformes y después me di cuenta que no eran los uniformes sino los uniformados. Perdí todo cuando la perdí a ella, no me gusta acordarme de eso porque me agarra la tristeza.

La luna ya entraba por la ventana, era hora de ir al pueblo, me puse mis chancletas y decidí primero dar una caminada por la playa para ver el camino que refleja la luna sobre el mar. Anduve sobre la arena y de pronto vi una sombra que se arrastraba playa arriba, me acerque y me di cuenta que era una caguama que salía a desovar, la dejé seguir su camino y yo continué con el mío pero la necesidad de tener dinero para componer mi motor y salir a pescar era más y regresé a mi casa por un machete y un par de cubetas, destacé a la tortuga, metí las aletas en una cubeta y los huevos en otra. Me devolví a la casa y guarde algunos trozos de carne en la nevera junto con los huevos, el resto lo metí en una mochila y me fui para la cantina. Cuando llegué vi a Don Teófilo sentado en una mesa con Rigoberto, el hijo del panadero, seguramente hablaban sobre poner otra panadería fuera del pueblo, en la capital del Estado donde el comercio da más frutos. Algunos pescadores estaban reunidos en un rincón contando anécdotas mientras mujeres oliendo a sexo y a perfume barato se sentaban en sus piernas y les mecían los cabellos. Me dirigí a la barra y le pedí a Pedro una cerveza, en el lugar no había ningún posible comprador de la mercancía que traía, cuando terminé mi cerveza ya estaba dispuesto a irme, pero de pronto entro a la cantina Don Gaspar, dueño de varias fondas en la capital estatal que siempre están llenas de clientes extranjeros, se sentó con su compadre Melquíades el dueño de la botica, hablaban probablemente del último paquete de hierba que le llegó al boticario, siempre esta bien surtido y Don Gaspar se la compra para vendérsela a los extranjeros. Pedí otra cerveza y me dirigí a su mesa, Buenas Don Gaspar, cómo le va, Que pasó Eleazar pensé que no te ibas a levantar hoy, pos como te pusiste bien briago anoche, No pos ya ve que soy aguantador, las cervezas me alimentan, me da la energía que necesito pa’ levantarme cada día. Melquíades se levantó, creo que se había incomodado de mi presencia, se despidió de Don Gaspar y salió de la cantina. Le traigo un negocito, cómo andan sus platillos en sus restaurantes, Bien, gracias a Dios me va bien, siempre tenemos de todo, Bueno pero ya no vende platillos exóticos, No ya no, desde que se pusieron las leyes esas pa’ proteger a los animales he dejado de vender ese tipo de comida, lo malo es que dejaban más lana, Pos que le parece si vuelve a incluir en el menú tortuga, Tortuga, Sí, de las de mar, No, no quiero tener problemas con la ley, además no tengo tiempo para ir a saquear los nidos, prefiero vender comida común y corriente sin problemas, la última vez que vendí tortuga casi pierdo uno de mis restaurantes, el gobierno me lo quería quitar, Anímese, mire no tiene que ir a saquear los nidos, aquí traigo una. Eleazar acercó su mochila cuidadosamente y sin que nadie pudiera ver abrió el cierre dejando ver las aletas de la tortuga. A chingá dónde la encontraste, en la playa, salió a desovar cerca de mi casa, no había nadie, nadie me vio, Y los huevos, Esos los tengo allá en la casa, son cerca de doscientos, Estas seguro de que nadie te vio, pos claro, además borré todo rastro. Don Gaspar se tomó unos minutos para pensar, tomó un trago de cerveza y cruzó los brazos, después de un respiro hondo se convenció, salimos de la cantina y nos dirigimos a mi casa en su camioneta, llegando allá saqué de la nevera los huevos y se los di, Don Gaspar me pagó a peso cada huevo, recibí en total por los huevos ciento setenta y cinco pesos, y por las aletas doscientos pesos más, cuando cerramos el trato y se fue me quedé acostado en mi hamaca, mirando pa’l techo, después de algunos minutos me fui otra vez a la cantina . Cuando llegué ya solo había algunos pescadores que tomaban cerveza con mujerzuelas, pedí una mesa, una botella y una vieja, cuando terminé con la botella me fui pa’ mi casa con aquella mujer de voluptuoso cuerpo, era una morena fogosa y seguimos bebiendo, entre otras cosas. Por la mañana cuando desperté me hallaba solo, aquella amante pasajera se había ido, el sol que entraba por la ventana me daba en la cara molestándome con su luz y un dolor de cabeza me puso de mal humor, tenía la boca seca y una sed endemoniada así que busqué algo de beber, no había nada y el dinero me lo había gastado en alcohol y sexo barato, la sed se volvía más insoportable, salí de mi casa rumbo a la playa, llegué al sitio donde había estado la noche anterior y ahí sobre la arena estaba recostada, los rayos del sol le pegaban en el dorso, la toque y noté que estaba muy caliente, tome la caguama y la lleve a casa, sentí como si hubiera encontrado un tesoro, saqué hielo de la nevera para enfriarla y me la bebí.

Ahora sigo en espera de algún trabajo para ganar algunos pesos y arreglar mi motor. El resto de la caguama lo devolví al mar esa misma noche. De eso… de eso me acuerdo bien.

Las tierras altas: un sueño compartido

Bosques de coníferas dominan el paisaje, en estas tierras altas es lo que abunda. El viento sopla y produce un leve silbido cuando empuja a los árboles, las ramas se mueven tambaleantes y cortan la luz por instantes, las voluptuosas semillas caen al suelo, los nidos se balancean, las aves se preocupan. Una nube gris de gran tamaño ha ocultado la luz del sol, los cantos de las aves han cesado, varias surcan el cielo con cierta prisa, otras esperan. A lo lejos se distingue algo. Son ojos claros.

En el suelo hay algunas piedras con musgo verde pegado a ellas, algo de musgo también invade la corteza de los árboles, la tierra no se ve, hay demasiadas hojas secas. Algunos arbustos se amontonan, como buscando protección entre sus frágiles ramas, mas allá está el llamado “zacate”, amarillo, con hojas cortantes. La oscuridad llega primero al suelo del bosque que a algún otro sitio, serpientes, lagartijas conejos se esconden ante cualquier disturbio. Entre las ramas de los arbustos hay algo. Tiene piel blanca.

Las gotas de agua han empezado a caer despreocupadamente, llegan primero a las copas de los árboles, se deslizan por las ramas, caen al suelo y mueren, algunas otras mueren en la corteza y nunca llegan al suelo. El musgo parece que se alegrase con esta agua que cae para él inexplicablemente cae del cielo, recibe las primeras gotas y las guarda. Las nubes cada vez se hacen más oscuras y el ambiente cambia. Sobre el camino viene algo. Un cuerpo delgado y fino.

Hay en el bosque algo que atrae, no es el olor, ni los árboles, ni ese color verde. Ahora las gotas se han convertido en lluvia, el suelo del bosque se ha mojado y corren algunos riachuelos pendiente abajo, al musgo ahora le sobra el agua y no sabe cómo quitársela de encima, los árboles se quedan parados, quietos, mojados, resignados a tener que aguantar los caprichos de la naturaleza. Se escucha un trueno y el relámpago aparece por segundos. A unos pasos se escuchan ruidos. Tú.

Te sientas a mi lado, sin hablar, sonríes. No te importa la lluvia, me tocas, tomas mi mano, piensas. Te miro y callo, sonrío, no me importa la lluvia, tomo tu mano, te abrazo. El riachuelo ahora es más grande y el viento ha cesado, la lluvia ha opacado el paisaje pero el ambiente es fresco y hay un olor a nuevo.

El ruido de las olas nos despierta, el mar está azul, el calor nos invade, te miro, me miras… reímos.

También de amor se muere

También de amor se muere

Él es muy joven para comprender las dificultades de la vida, sólo tiene un par de días en este mundo pero de inmediato sabe qué hacer. Sale de su enredado refugio para comenzar su vida, sus extremidades son aún muy frágiles, pero pueden andar muy bien varios metros sin descanso, no puede ver bien, solo distingue intensidades de luz, esta falta de visibilidad la suple con un excelente sentido del tacto, así que todas las cosas primero las siente para saber qué son. Descansa a veces en pequeñas oquedades en los troncos de los árboles, o bajo la hojarasca, o en huecos subterráneos. Camina, come y duerme solo, no es muy sociable, de vez en cuando se topa con uno de su misma especie, entonces se tocan, se reconocen, esto dura sólo unos minutos, pero ese tiempo es suficiente para contarse sus penas, aprovechan la oportunidad para desahogarse el uno en el otro, para emborracharse de llanto, de dolor, de esa pena que se llama “soledad”.

Él ahora tiene cinco años, la mitad de su vida aproximadamente, ha conocido a muchos de su especie, todos machos, ha escuchado sobre aquello que ellos llaman “amor”, dicen que es el pero de los males, que cuando se enamoran pueden perder la vida, pero quienes han sobrevivido a tal embrujo cuentan que es lo mejor que le ha pasado, encontrar a alguien que los haga sentirse vivos, a alguien a quién darle amor y cariño, alguien con quién fundirse bajo las cálidas noches mirando cómo la luna se esconde entre las copas de los árboles. El “amor” es peligroso, cuando te enamoras todo es regocijo, felicidad, mientras te deslizas entre el tacto de tu amada, entre caricias que duran horas, ese ritual que siempre concluye con la acción de procrear, y al final olvidas que puedes morir, y es entonces cuando pagas por dejarte llevar por tus sentimientos, si recobras el sentido en el último minuto puedes llegar a salvarte. Dicen que hay que enamorarlas con el corazón, hay que amarlas profundamente, con todas tus fuerzas para que queden sumergidas en ese idilio, y como premio te dejan ir, es entonces cuando puedes salir ileso para volver a tu soledad.

Él estaba harto de estar siempre solo, soñaba con esas caricias en las noches, buscaba entre hojas secas, caminaba casi toda la noche en busca de alguien a quién entregarle su amor, tenía mucho miedo de morir, pero era tanto su deseo de amar que opacaba aquel temor por la muerte, se decía así mismo que iba a ser el mejor amante, escribiría poemas de amor, mejoraría su imagen, haría extremadamente feliz a su amada para que ésta le permitiera salir con vida, para enamorarla y robarle su corazón, y por que no, tal vez hasta llegar a ser una pareja.

Ahora ya había perdido la cuenta de las mudas que llevaba, se pasaba las noches en vela invirtiendo su tiempo en la búsqueda de un amor, cada instante era terriblemente devorado por sus ansias de saber, de conocer lo que era entregarse a alguien. Fue una noche de vagabundeo como todas las anteriores cuando apareció, Él estaba contándole sus sueños a las estrellas cuando la percibió, era más grande que él, caminaba sin preocupación alguna con ese contoneo de extremidades que lo cautivó. Ella fingió no verlo pero sabía de su presencia, estaba segura de que Él la seguiría donde fuera. Así pasó, durante algunos minutos, Él la siguió a una distancia prudente, cuando Ella se detenía a inspeccionar algo Él también detenía su marcha y se agazapaba para evitar ser descubierto, completamente enamorado perdió la timidez y el miedo y se fue acercando cada vez más, hasta que ya era tan corta la distancia entre los dos que Ella decidió darse vuelta y hacerle frente, extendió sus dos patas delanteras hacia arriba, dejando ver sus grandes colmillos en muestra de amenaza. Él totalmente idiotizado se acercó cuidadosamente, cada movimiento era decisivo para dar el siguiente paso, muy pero muy lentamente se acercaba a Ella, en unos segundos el ya había tocado una de las patas delanteras de Ella con cierto temor, Ella no se inmutó y dejó que se acercara más su enamorado. Cada vez que Él conseguía tocarla su excitación se desbordaba desesperadamente, su corazón se aceleraba a una velocidad inimaginable, era la primera vez que tocaba a alguien del sexo opuesto y le fascinaba, recordó que tenía que sujetarle bien las patas delanteras y mantenerlas arriba para que de esta manera permanecieran alejados de él los colmillos de Ella, con mucho esfuerzo lo consiguió y ahora Él estaba más cerca, los cuerpos se rozaban con cada respiro, comenzó a declararle su amor, a jurarle serle siempre fiel para mantenerse juntos y vivir acompañados uno del otro, comenzó a cantarle al oído una canción que sólo en ese momento entendió, Él bajó una de sus patas para acariciarle la espalda mientras la luna iluminada aquel encuentro de amor. La respiración de Él comenzó a aumentar de ritmo, se abrazó a Ella y comenzó a hacerla suya de manera desesperada pero a la vez amorosa, Ella dejó que le hiciera el amor de sea forma tan apasionada, los movimientos de Él eran cada vez más rápidos a medida que aumentaba su excitación, de pronto un gemido salió de su boca junto con un gesto de placer y de dolor al mismo tiempo, Ella le había clavado sus colmillos en el pecho justo cuando Él había bajado las patas que le servías como defensa, amorosamente Ella lo devoraba, con un rostro de satisfacción y de placer succionaba el cuerpo previamente digerido de su amante.

Después de una noche placentera en la que disfrutó primero del amor y después de una cena Ella siguió su camino, algunos metros más adelante encontró a otro novato en las artes de amar, lo sedujo y disfrutó nuevamente con aquel ingenuo que creía que no había sido devorado porque logró enamorarla con los versos que le susurraba al oído, pero Ella no pensaba ya en matarlo para luego comérselo puesto que en ese aspecto ya estaba satisfecha.