Caminaba con una despreocupación envidiable por las calles, era poco más de las cuatro de la tarde, el suelo húmedo por la lluvia que ahora había cesado opacaba el ruido de sus pasos, estaba deseoso de encontrar a Martha y llevarla a su casa pues era el día en que por fin la haría suya. La había conocido hace un par de meses aproximadamente en un centro comercial, él miraba un aparador de ropa interior para mujer mientras ella salía de la tienda, el quedó asombrado al ver aquel rostro tan bello y esa figura tan esbelta de su cuerpo, decidió seguirla unos cuantos metros hasta que pudo abordarla con la primer pregunta que se le ocurrió −Disculpe, se le acaba de caer este billete de su bolso−, no era de sorprender que esa casualidad haya aparecido tan de repente, él tenía amplia experiencia en abordar a mujeres hermosas y por supuesto aquel billete lo había sacado de su propia billetera para decirle a aquella joven que se le había caído, −Oh, muchas gracias, no me dí cuenta, se lo agradezco−, mientras decía esto Martha se detuvo un instante para abrir su bolso de mano y guardar aquel billete aunque la inquietó un poco el recordar que casi no llevaba efectivo, −Puedo invitarle un café?, si desea pagarme el favor creo que me haría feliz al aceptar mi invitación−, titubeante Martha pensaba en que decir un rotundo No sería muy descortés de su parte pues, pensando que aquel hombre de honestidad invaluable le había devuelto un billete que ella había tirado por descuido, o al menos así él se lo hizo creer, −Está bien, acepto su invitación−, cuando terminó de decir esto Martha, él con una sonrisa y un ademán con la mano derecha la invitó a seguir caminando para ir en busca de la cafetería que se encontraba en la planta baja del centro comercial. Una vez en frente del “Café Veracruz”, entraron, él amablemente le indicó la mesa y le apartó la silla para que Martha se sentara, posteriormente lo hizo él, quedaron frente a frente, Martha contemplaba su rostro amable, tenía el pelo un poco canoso, bigote discreto, un anillo de plata un poco voluptuoso en la mano izquierda, trataba de adivinar su edad y le calculó unos 35 años pues a pesar de sus discretas canas se veía jovial y lleno de vida aún. Se acercó el mesero para pedir la orden, él le indicó con la mano al mesero que tomara la orden de Martha −Qué va a ordenar? −, −Sólo un capuchino− dijo ella, él pidió un americano sin azúcar. −Mire que distraído soy, le he invitado un café y ni siquiera sé su nombre− dijo él mientras le sonreía a Martha, −Martha, Martha González y el suyo? −, −Que mal educado soy, discúlpeme tampoco me he presentado, mi nombre es Humberto Ramírez para servirle, y usted estudia o trabaja en algún lugar? − mientras decía esto el mesero llegó con la orden pedida y se alejaba, −Trabajo en este centro comercial, en la tienda de ropa interior para dama que se encuentra acá arriba, solo que a esta hora nos dan un descanso de media hora para almorzar algo−, miró ella su reloj y tomó un trago de su café, paseaba sus manos por la mesa, −Mire que casualidad, entonces mi invitación coincidió con su hora de descanso, y a que hora sale de trabajar? digo, si no es indiscreción de mi parte saberlo−, Martha sonrió nerviosa y le dijo que a las 5 de la tarde, mientras platicaban el se mostraba muy curioso y amigable, tanto que ella sin dudar respondía a todas sus preguntas. Cuando terminó el descanso de Martha, él la acompañó hasta su trabajo. Todos los días él iba a visitarla y a invitarla a almorzar a la hora del descanso y posteriormente por las tardes iba por ella. Pasaron así dos meses antes de que ella aceptara ser novia de él, aunque pasó mucho tiempo antes de que él le propusiera una relación formal a Martha ella aceptó encantada, pues a Martha a pesar de sus 25 años no había tenido muchos novios y estaba muy nerviosa e indecisa en elegir la respuesta correcta cuándo él le propusiera ser una pareja formal.
Humberto mientras tanto planeaba su noche especial, en su casa, no muy lejos del centro comercial preparaba día con día el plan para consumar su relación con Martha. Vivía solo, en una casa grande ubicada en una calle muy poco transitada, debido a que el acceso principal estaba cerrado a los carros, su casa era hasta cierto punto muy común, una sala, un baño, comedor, cocina, dos recámaras, etc. Pero su mundo estaba en el que él le llamaba la Recámara del Amor, era una habitación en el la planta de arriba, en donde estaban las otras dos recámaras, la puerta estaba pintada de color negro que contrastaba con las otras puertas pintadas de color blanco, dentro de la Recámara del Amor, había una cama cómoda matrimonial, con sábanas blancas y una colcha roja de terciopelo, en un gran clóset se encontraban colgados vestidos de todo tipo, desde bellos vestidos de noche, hasta diminutas minifaldas de piel y blusas con gran escote. Dentro de los cajones del clóset se podía encontrar ropa interior para dama de todo tipo, microtangas, tangas, pantaletas, ligueros, sostenes, medias, bikinis. Abajo en el suelo había innumerables zapatillas de tacón alto, botas de tacón de aguja, zapatillas de plataforma. Contiguos al closet, había dos grandes baúles, en uno había juguetes eróticos como penes de plástico de todos tamaños y tipos, consoladores, vaginas de plástico, bolas chinas, muñecas de plástico, etc., y dentro del otro baúl había tenedores, cuchillos, látigos, encendedores, navajas, cadenas, lazos, botellas, antifaces, gargantillas con picos, tubos, esposas. En la parte central del cuarto había una gran mesa en la que se podían apreciar ralladuras, sangre seca y cabellos. Esto nadie lo sabía, ni siquiera el nombre verdadero de Humberto Ramírez, José Durán era su nombre, había heredado una gran fortuna de su padre y aunque podía vivir en una gran casa llena de lujos, él prefería tener varias casas chicas y hacer lo que le más le gusta en la vida, era un experto en el sadismo y lo disfrutaba mucho con todas las mujeres que había conquistado, actualmente tenía alrededor de 50 chicas en toda la ciudad con las que salía, pero debido a su astucia nunca habían coincidido una con otra y podía llevar estas relaciones tanto tiempo como quisiera, o como sucedía a menudo, cuando se aburría de alguna simplemente dejaba de verla. Ahora José Durán estaba ansioso por descubrir las delicias de su nueva novia, una chica de carisma y muy dulce, tanto que hasta aparentaba menos edad, eso lo excitaba de una manera incontrolable.
Por fin llegó el día en que la convenció para ir a su casa, era una noche de octubre, la llegada del otoño hacía que el clima se tornara un poco más frío, él llegó por ella a su trabajo y como de costumbre la esperó en la entrada sur del centro comercial. Martha iba vestida como le había pedido él, un sostén negro de media copa, una blusa negra de seda, un pantalón ajustado con el que se le marcaba perfectamente la perfección de sus glúteos y piernas, un par de zapatillas abiertas de tacón alto y finalmente su abrigo negro que le cubría el cuerpo del aire frío. Cuando llegaron a la casa de él, ella se sintió cómoda, segura y deseada, no tenía ahora la menor duda de entregarle su cuerpo a Humberto, pues estaba perdidamente enamorada de él, se sentaron en el sofá de la sala, tomaron algunas copas de vino mientras escuchaban románticas piezas de música clásica, cuando José decidió que era el momento la cargó en sus brazos y la subió hasta la Recámara del Amor, la posó lentamente sobre la colcha de terciopelo rojo de la cama y encendió una tenue luz en el cuarto, ella admiraba asombrada aquella recámara, pues contrastaba con la acogedora sensación que daba el resto de la casa. Él comenzó a besarla desesperadamente y ella le correspondió de inmediato, mientras él trataba de desabotonarle su blusa Martha lo detuvo, se apartó de José y se puso de pié a un costado de la cama, lentamente ella se iba despojando de su blusa, de aquel pantalón negro y quedó sólo en una provocativa ropa interior, José se abalanzó sobre ella, tocándola, manoseándola, besando todo su perfecto cuerpo, la aventó en la cama y del baúl sacó un par de cadenas, ella sonriendo colocó sus manos en frente, entregándolas a él, José le colocó las dos cadenas en cada una de sus muñecas y las fijó en dos argollas en el techo, Martha quedó de pié en la cama, con sus manos levantadas atadas a las cadenas que pendían del techo, José le colocó unas zapatillas plateadas de tacón muy alto, al verla en aquella posición, indefensa, con una tanga que con trabajos le cubría el vello de su pubis y un sostén que a causa de la posición de las manos resaltaba sus senos comenzó a desvestirse hasta quedar completamente desnudo, comenzó a masturbarse mientras la contemplaba, ella le imploraba que la penetrara, pero el se negó, tomó un fuete de su baúl y comenzó a azotar los glúteos de Martha, ella gemía y de vez en cuando soltaba un leve grito de dolor, los azotes cesaron hasta que los glúteos de Martha mostraron signos de irritación debido a su exagerada coloración roja que parecía que la sangre le iba a brotar de un momento a otro. José la desnudó por completo, cortando los tirantes del sostén pudo quitárselo sin soltarla de sus ataduras, tomó un tenedor de su baúl y comenzó a rasguñarla con él en los senos, veía las marcas que dejaban aquellos picos de metal sobre los pezones de Martha, ella gritaba y pedía que se detuviera, pero José no hacía caso, mientras ella se retorcía el la miró fijamente, se acercó a ella y la penetró violentamente una y otra vez hasta que se cansó. Martha estaba asustada, pensaba al principio que solo era un juego pero ahora ya no le gustaba pues José la lastimaba, cuando lo vio sacar del baúl otro par de zapatos le dio que por favor la soltara y él se negó, con dos lazos de seda separó y amarró los pies a ambos lados de la cama mientras lucían ahora un par de plataformas transparentes, José tomó un pene de plástico de grandes dimensiones y comenzó a penetrarla con el artefacto de una manera brutal, de tanto en tanto se lo sacaba para golpearle los glúteos con el mismo juguete, Martha lloraba implorando que se detuviera, que le dolía mucho, que no le gustaba, José la amordazó, la descolgó y desamarró para colocarla en la gran mesa del centro, ella le pedía con la cabeza que no, trataba de safarse de él pero no lo lograba pues José era tres veces más fuerte que ella. Tomó las esposas y la abrió de piernas de tal manera que los pies le colgaran a cada lado de la mesa y se los esposó a cada pata de aquella mesa, las manos de igual forma las amarró con los lazos de seda a cada pata, Martha mostraba asustada y trató de liberase cuando José sacó una navaja y se acercaba a ella, tomó una de sus piernas y de una manera rápida hizo un corte superficial, casi un leve rasguño pero tan preciso que de inmediato comenzó a emanar sangre la herida, él chupó la sangre tibia que salía de la pierna de Martha, le tapó los ojos y se trepó encima de ella, encendió una vela y comenzó a dejar caer la cera sobre su vientre y sus pechos, Martha se retorcía y continuaba llorando. Así pasó un largo rato, José hacía con el cuerpo de Martha lo que quería, la desataba, la cambiaba de posición, usaba sus juguetes sexuales en ella, la lastimaba, le ponía ropa, se la quitaba, hasta que decidió que ya había hecho lo suficiente, le quitó la venda de los ojos y la mordaza, Martha seguía llorando, el la miró complacido, le sonrió, −La belleza debe morir− le dijo mientras le clavaba una daga en el corazón. En la madrugada solo salió con un gran bulto en los brazos que colocó en la cajuela de su carro y se fue rumbo a las afueras de la ciudad, en una carretera casi intransitada se detuvo, abrió la cajuela y arrojó el cuerpo de Martha envuelto en una gruesa cobija que comenzaba a empaparse de sangre. Cuando regresaba a la ciudad el ya casi amanecía y decidió detenerse en un pueblito antes de llegar a la zona urbana en donde podía tomarse un café. Se detuvo en un pequeño restaurante, la hija del dueño que tenía 24 años y lucía una bella cara y un cuerpo de admirarse se acercó a tomarle la orden, −Qué desea señor? −, −Solo un café por favor−, el miraba como se alejaba la muchacha moviendo coquetamente sus caderas, dos minutos después ella regresó con el café, él agradeciéndole y sonriendo de una manera amable le preguntó −Disculpa creo que estoy perdido, me podrías ayudar? −.
Humberto mientras tanto planeaba su noche especial, en su casa, no muy lejos del centro comercial preparaba día con día el plan para consumar su relación con Martha. Vivía solo, en una casa grande ubicada en una calle muy poco transitada, debido a que el acceso principal estaba cerrado a los carros, su casa era hasta cierto punto muy común, una sala, un baño, comedor, cocina, dos recámaras, etc. Pero su mundo estaba en el que él le llamaba la Recámara del Amor, era una habitación en el la planta de arriba, en donde estaban las otras dos recámaras, la puerta estaba pintada de color negro que contrastaba con las otras puertas pintadas de color blanco, dentro de la Recámara del Amor, había una cama cómoda matrimonial, con sábanas blancas y una colcha roja de terciopelo, en un gran clóset se encontraban colgados vestidos de todo tipo, desde bellos vestidos de noche, hasta diminutas minifaldas de piel y blusas con gran escote. Dentro de los cajones del clóset se podía encontrar ropa interior para dama de todo tipo, microtangas, tangas, pantaletas, ligueros, sostenes, medias, bikinis. Abajo en el suelo había innumerables zapatillas de tacón alto, botas de tacón de aguja, zapatillas de plataforma. Contiguos al closet, había dos grandes baúles, en uno había juguetes eróticos como penes de plástico de todos tamaños y tipos, consoladores, vaginas de plástico, bolas chinas, muñecas de plástico, etc., y dentro del otro baúl había tenedores, cuchillos, látigos, encendedores, navajas, cadenas, lazos, botellas, antifaces, gargantillas con picos, tubos, esposas. En la parte central del cuarto había una gran mesa en la que se podían apreciar ralladuras, sangre seca y cabellos. Esto nadie lo sabía, ni siquiera el nombre verdadero de Humberto Ramírez, José Durán era su nombre, había heredado una gran fortuna de su padre y aunque podía vivir en una gran casa llena de lujos, él prefería tener varias casas chicas y hacer lo que le más le gusta en la vida, era un experto en el sadismo y lo disfrutaba mucho con todas las mujeres que había conquistado, actualmente tenía alrededor de 50 chicas en toda la ciudad con las que salía, pero debido a su astucia nunca habían coincidido una con otra y podía llevar estas relaciones tanto tiempo como quisiera, o como sucedía a menudo, cuando se aburría de alguna simplemente dejaba de verla. Ahora José Durán estaba ansioso por descubrir las delicias de su nueva novia, una chica de carisma y muy dulce, tanto que hasta aparentaba menos edad, eso lo excitaba de una manera incontrolable.
Por fin llegó el día en que la convenció para ir a su casa, era una noche de octubre, la llegada del otoño hacía que el clima se tornara un poco más frío, él llegó por ella a su trabajo y como de costumbre la esperó en la entrada sur del centro comercial. Martha iba vestida como le había pedido él, un sostén negro de media copa, una blusa negra de seda, un pantalón ajustado con el que se le marcaba perfectamente la perfección de sus glúteos y piernas, un par de zapatillas abiertas de tacón alto y finalmente su abrigo negro que le cubría el cuerpo del aire frío. Cuando llegaron a la casa de él, ella se sintió cómoda, segura y deseada, no tenía ahora la menor duda de entregarle su cuerpo a Humberto, pues estaba perdidamente enamorada de él, se sentaron en el sofá de la sala, tomaron algunas copas de vino mientras escuchaban románticas piezas de música clásica, cuando José decidió que era el momento la cargó en sus brazos y la subió hasta la Recámara del Amor, la posó lentamente sobre la colcha de terciopelo rojo de la cama y encendió una tenue luz en el cuarto, ella admiraba asombrada aquella recámara, pues contrastaba con la acogedora sensación que daba el resto de la casa. Él comenzó a besarla desesperadamente y ella le correspondió de inmediato, mientras él trataba de desabotonarle su blusa Martha lo detuvo, se apartó de José y se puso de pié a un costado de la cama, lentamente ella se iba despojando de su blusa, de aquel pantalón negro y quedó sólo en una provocativa ropa interior, José se abalanzó sobre ella, tocándola, manoseándola, besando todo su perfecto cuerpo, la aventó en la cama y del baúl sacó un par de cadenas, ella sonriendo colocó sus manos en frente, entregándolas a él, José le colocó las dos cadenas en cada una de sus muñecas y las fijó en dos argollas en el techo, Martha quedó de pié en la cama, con sus manos levantadas atadas a las cadenas que pendían del techo, José le colocó unas zapatillas plateadas de tacón muy alto, al verla en aquella posición, indefensa, con una tanga que con trabajos le cubría el vello de su pubis y un sostén que a causa de la posición de las manos resaltaba sus senos comenzó a desvestirse hasta quedar completamente desnudo, comenzó a masturbarse mientras la contemplaba, ella le imploraba que la penetrara, pero el se negó, tomó un fuete de su baúl y comenzó a azotar los glúteos de Martha, ella gemía y de vez en cuando soltaba un leve grito de dolor, los azotes cesaron hasta que los glúteos de Martha mostraron signos de irritación debido a su exagerada coloración roja que parecía que la sangre le iba a brotar de un momento a otro. José la desnudó por completo, cortando los tirantes del sostén pudo quitárselo sin soltarla de sus ataduras, tomó un tenedor de su baúl y comenzó a rasguñarla con él en los senos, veía las marcas que dejaban aquellos picos de metal sobre los pezones de Martha, ella gritaba y pedía que se detuviera, pero José no hacía caso, mientras ella se retorcía el la miró fijamente, se acercó a ella y la penetró violentamente una y otra vez hasta que se cansó. Martha estaba asustada, pensaba al principio que solo era un juego pero ahora ya no le gustaba pues José la lastimaba, cuando lo vio sacar del baúl otro par de zapatos le dio que por favor la soltara y él se negó, con dos lazos de seda separó y amarró los pies a ambos lados de la cama mientras lucían ahora un par de plataformas transparentes, José tomó un pene de plástico de grandes dimensiones y comenzó a penetrarla con el artefacto de una manera brutal, de tanto en tanto se lo sacaba para golpearle los glúteos con el mismo juguete, Martha lloraba implorando que se detuviera, que le dolía mucho, que no le gustaba, José la amordazó, la descolgó y desamarró para colocarla en la gran mesa del centro, ella le pedía con la cabeza que no, trataba de safarse de él pero no lo lograba pues José era tres veces más fuerte que ella. Tomó las esposas y la abrió de piernas de tal manera que los pies le colgaran a cada lado de la mesa y se los esposó a cada pata de aquella mesa, las manos de igual forma las amarró con los lazos de seda a cada pata, Martha mostraba asustada y trató de liberase cuando José sacó una navaja y se acercaba a ella, tomó una de sus piernas y de una manera rápida hizo un corte superficial, casi un leve rasguño pero tan preciso que de inmediato comenzó a emanar sangre la herida, él chupó la sangre tibia que salía de la pierna de Martha, le tapó los ojos y se trepó encima de ella, encendió una vela y comenzó a dejar caer la cera sobre su vientre y sus pechos, Martha se retorcía y continuaba llorando. Así pasó un largo rato, José hacía con el cuerpo de Martha lo que quería, la desataba, la cambiaba de posición, usaba sus juguetes sexuales en ella, la lastimaba, le ponía ropa, se la quitaba, hasta que decidió que ya había hecho lo suficiente, le quitó la venda de los ojos y la mordaza, Martha seguía llorando, el la miró complacido, le sonrió, −La belleza debe morir− le dijo mientras le clavaba una daga en el corazón. En la madrugada solo salió con un gran bulto en los brazos que colocó en la cajuela de su carro y se fue rumbo a las afueras de la ciudad, en una carretera casi intransitada se detuvo, abrió la cajuela y arrojó el cuerpo de Martha envuelto en una gruesa cobija que comenzaba a empaparse de sangre. Cuando regresaba a la ciudad el ya casi amanecía y decidió detenerse en un pueblito antes de llegar a la zona urbana en donde podía tomarse un café. Se detuvo en un pequeño restaurante, la hija del dueño que tenía 24 años y lucía una bella cara y un cuerpo de admirarse se acercó a tomarle la orden, −Qué desea señor? −, −Solo un café por favor−, el miraba como se alejaba la muchacha moviendo coquetamente sus caderas, dos minutos después ella regresó con el café, él agradeciéndole y sonriendo de una manera amable le preguntó −Disculpa creo que estoy perdido, me podrías ayudar? −.