El mar estaba calmado, las olas se movían como si les costara mucho esfuerzo levantar su cresta para después azotarse en la arena de la playa, no había viento, las gaviotas deambulaban bajo el sol de medio día, el calor se hacía cada vez más insoportable que hasta los cormoranes se sumergían en el agua simplemente para refrescarse. A las orillas de este mar calmado se asentaba un pequeño pueblo de pescadores en el que la vida pasaba sin ninguna relevancia, era un pueblo pequeño, todas las personas que en él vivían se conocían, los hombres se dedicaban principalmente a la pesca, las mujeres dedicaban su vida y tiempo a los hijos y a las labores del hogar. En una pequeña casa junto al faro vivía don Julián y su esposa Delia, tenían cuatro hijos, el mayor se llamaba igual que el padre y a sus quince años ayudaba a su papá con las artes de la pesca, claro, solo los fines de semana pues en días hábiles iba a la escuela al igual que sus tres hermanos restantes, José de trece años, Ana de 12 y Juan de 10. Todo transcurría normalmente en la vida de esta familia hasta que un día en épocas de nortes una tormenta trajo las aguas de este pueblo un pequeño barco que provenía de tierras mas al sur, lo tripulaban solamente cinco personas que de emergencia anclaron la embarcación durante la tormenta y se dirigieron a tierra firme en un bote, llegaron a la casa que estaba a un costado del faro, don Julián los recibió ofreciéndoles sopa caliente y mantas para el frío, los marineros se quedaron dos días con aquella familia esperando que pasara la tormenta, al tercer día zarparon rumbo al norte. Juan lo recuerda bien pues Gonzalo, el capitán le había platicado sobre las sirenas, aquellos seres que habitaban en el mar. Desde ese entonces Juan observaba con mas detenimiento el pedazo de mar que alcanzaban a ver sus ojos esperando algún día ver a las famosas sirenas, acompañaba a su padre los días de pesca, pasaron los días y con ellos también los años y Juan cumplió 13, había terminado ya la primaria al igual que todos sus hermanos y Julián se había ido del pueblo para continuar con sus estudios pues su comunidad era tan pequeña que no había enseñanza secundaria, Ana ayudaba en las labores de la casa, aprendía a cocinar, a planchar, a bordar, a tocar los aguacates del pequeño huerto para saber si ya estaban maduros, a calcular la hora del día sin consultar el reloj, a criar pollos y cerdos. Un día llegó al pueblo una maestra proveniente de la capital, llegó a la escuela solo como sustituta temporal del maestro de español que se había enfermado de gravedad. Luisa, la nueva maestra era una mujer joven, con cabellos rebeldes color castaño, mirada pícara y boca delgada, cuerpo esbelto y bien delineado, no se le notaban sus 32 años, una mujer sin duda alguna muy experimentada, había estudiado filosofía y letras en la universidad, viajó por Centroamérica solo para conocer los lugares en los que una lucha armada a favor del pueblo había tomado lugar, soñaba con algún día ir a cuba y enamorarse ahí de algún pescador amante de la literatura, pero para realizar su sueño debía primero trabajar y por eso aceptó ir en reemplazo temporal a aquel pueblo. Juan y Luisa se conocieron una tarde en el muelle cuado Juan leía aquel libro que le había regalado un marinero hace ya algún tiempo, libro que ya se sabía de memoria debido a que era el único que poseía, cuando Luisa lo encontró tan metido y desconcertado en tratar de encontrar respuestas viendo su reflejo en el agua le llamó la atención el interés de Juan por esos temas. Luisa se presentó y se sentó junto a él, platicaron varias horas de libros que hablaban de sirenas, poetas que dan su vida por la persona amada, científicos importantes, historias revolucionarias y leyendas. Cada domingo por la tarde se sentaban en el muelle y Luisa le leía algunos libros que ella poseía, llegó el tiempo en que ella se tuvo que marchar, pues el profesor titular se había ya recuperado, Juan se sintió de nuevo solo, con nadie en el pueblo podía compartir su entusiasmo por las letras, nadie podía saber lo que él había aprendido cada domingo con Luisa, había veces que deseaba tomar la lancha de su padre y marcharse por mar hacia los lugares de los que Luisa le había hablado. El destino de Juan día a día se iba formando, acompañando a su padre todos los días a pescar el destino iba decidiendo el oficio de Juan por el resto de su vida y Juan irremediablemente lo había aceptado. Así pasó un año hasta que por casualidad encontró en el mar una botella flotando, la alcanzó y vio que dentro de ella había una carta, al quitar el corcho y sacar la carta leyó que las líneas estaban dedicadas a una mujer, alguien le escribía a su amor, Juan pensó que se perdía de todo lo que quería saber y conocer a cerca del mundo, de nuevo comenzó a sentir esas ansias de irse y vivir a otros lugares y tener otras experiencias. Por la noche no podía dormir, solo pensaba en la carta, en lo desconocido del otro lado del mar. Se levantó y salió silenciosamente de su casa, la luna estaba casi llena, se dirigió a la playa, se llenó los bolsillos de piedras para ahogarse y no regresar jamás y caminó mar a dentro. Imaginaba que estaría lleno de ahogados, y voces, y sirenas de cabellos enloquecidos y jóvenes suicidas con poemas en las manos. Pero sólo encontró oscuridad, soledad eterna y silencio.
octubre 23, 2006
La ansiedad de Juan
El mar estaba calmado, las olas se movían como si les costara mucho esfuerzo levantar su cresta para después azotarse en la arena de la playa, no había viento, las gaviotas deambulaban bajo el sol de medio día, el calor se hacía cada vez más insoportable que hasta los cormoranes se sumergían en el agua simplemente para refrescarse. A las orillas de este mar calmado se asentaba un pequeño pueblo de pescadores en el que la vida pasaba sin ninguna relevancia, era un pueblo pequeño, todas las personas que en él vivían se conocían, los hombres se dedicaban principalmente a la pesca, las mujeres dedicaban su vida y tiempo a los hijos y a las labores del hogar. En una pequeña casa junto al faro vivía don Julián y su esposa Delia, tenían cuatro hijos, el mayor se llamaba igual que el padre y a sus quince años ayudaba a su papá con las artes de la pesca, claro, solo los fines de semana pues en días hábiles iba a la escuela al igual que sus tres hermanos restantes, José de trece años, Ana de 12 y Juan de 10. Todo transcurría normalmente en la vida de esta familia hasta que un día en épocas de nortes una tormenta trajo las aguas de este pueblo un pequeño barco que provenía de tierras mas al sur, lo tripulaban solamente cinco personas que de emergencia anclaron la embarcación durante la tormenta y se dirigieron a tierra firme en un bote, llegaron a la casa que estaba a un costado del faro, don Julián los recibió ofreciéndoles sopa caliente y mantas para el frío, los marineros se quedaron dos días con aquella familia esperando que pasara la tormenta, al tercer día zarparon rumbo al norte. Juan lo recuerda bien pues Gonzalo, el capitán le había platicado sobre las sirenas, aquellos seres que habitaban en el mar. Desde ese entonces Juan observaba con mas detenimiento el pedazo de mar que alcanzaban a ver sus ojos esperando algún día ver a las famosas sirenas, acompañaba a su padre los días de pesca, pasaron los días y con ellos también los años y Juan cumplió 13, había terminado ya la primaria al igual que todos sus hermanos y Julián se había ido del pueblo para continuar con sus estudios pues su comunidad era tan pequeña que no había enseñanza secundaria, Ana ayudaba en las labores de la casa, aprendía a cocinar, a planchar, a bordar, a tocar los aguacates del pequeño huerto para saber si ya estaban maduros, a calcular la hora del día sin consultar el reloj, a criar pollos y cerdos. Un día llegó al pueblo una maestra proveniente de la capital, llegó a la escuela solo como sustituta temporal del maestro de español que se había enfermado de gravedad. Luisa, la nueva maestra era una mujer joven, con cabellos rebeldes color castaño, mirada pícara y boca delgada, cuerpo esbelto y bien delineado, no se le notaban sus 32 años, una mujer sin duda alguna muy experimentada, había estudiado filosofía y letras en la universidad, viajó por Centroamérica solo para conocer los lugares en los que una lucha armada a favor del pueblo había tomado lugar, soñaba con algún día ir a cuba y enamorarse ahí de algún pescador amante de la literatura, pero para realizar su sueño debía primero trabajar y por eso aceptó ir en reemplazo temporal a aquel pueblo. Juan y Luisa se conocieron una tarde en el muelle cuado Juan leía aquel libro que le había regalado un marinero hace ya algún tiempo, libro que ya se sabía de memoria debido a que era el único que poseía, cuando Luisa lo encontró tan metido y desconcertado en tratar de encontrar respuestas viendo su reflejo en el agua le llamó la atención el interés de Juan por esos temas. Luisa se presentó y se sentó junto a él, platicaron varias horas de libros que hablaban de sirenas, poetas que dan su vida por la persona amada, científicos importantes, historias revolucionarias y leyendas. Cada domingo por la tarde se sentaban en el muelle y Luisa le leía algunos libros que ella poseía, llegó el tiempo en que ella se tuvo que marchar, pues el profesor titular se había ya recuperado, Juan se sintió de nuevo solo, con nadie en el pueblo podía compartir su entusiasmo por las letras, nadie podía saber lo que él había aprendido cada domingo con Luisa, había veces que deseaba tomar la lancha de su padre y marcharse por mar hacia los lugares de los que Luisa le había hablado. El destino de Juan día a día se iba formando, acompañando a su padre todos los días a pescar el destino iba decidiendo el oficio de Juan por el resto de su vida y Juan irremediablemente lo había aceptado. Así pasó un año hasta que por casualidad encontró en el mar una botella flotando, la alcanzó y vio que dentro de ella había una carta, al quitar el corcho y sacar la carta leyó que las líneas estaban dedicadas a una mujer, alguien le escribía a su amor, Juan pensó que se perdía de todo lo que quería saber y conocer a cerca del mundo, de nuevo comenzó a sentir esas ansias de irse y vivir a otros lugares y tener otras experiencias. Por la noche no podía dormir, solo pensaba en la carta, en lo desconocido del otro lado del mar. Se levantó y salió silenciosamente de su casa, la luna estaba casi llena, se dirigió a la playa, se llenó los bolsillos de piedras para ahogarse y no regresar jamás y caminó mar a dentro. Imaginaba que estaría lleno de ahogados, y voces, y sirenas de cabellos enloquecidos y jóvenes suicidas con poemas en las manos. Pero sólo encontró oscuridad, soledad eterna y silencio.
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