agosto 18, 2009

De pendejadas

La tarde era lluviosa, triste, tal vez melancólica. Monica caminaba bajo la lluvia por una calle vieja, de esas que aún tienen piedras en lugar de asfalto. Sus tacones se atoraban en aquel pedregal.

La ví venir hacia mí, su mirada apagada, su pelo aplacado por la lluvia, su piel mojada. Tomé mi paraguas y la resguardé de la lluvia, tuve deseos de besarla, de lamer sus mejillas empapada pero me contuve. Abrí la puerta del auto para que ella entrara en él, se acomodó su corto vestido mientras cruzaba las piernas.

Me entristecía verla así, derrotada, golpeada por las injusticias de la vida, a pesar de su tristeza seguía siendo hermosa. Me distraje observando sus piernas y no ví el semáforo en luz roja, otro auto nos golpeó, después no recuerdo lo sucedido.

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-No mames-, me dijo el Chino, -¿esas pendejadas escribes?-. No supe que responder, me limité a decir que sí. –Mta, pensé que escribías algo más acá, más chido-. Releí lo que había escrito y contesté –A mí no me parece tan malo-.

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Monica seguía sin creerlo, ella había salido solo con algunas lesiones leves de aquel accidente, su mirada era ahora de gratitud, estaba bien, viva. Yo, aletargado en la cama solo podía observar parte de mi cuerpo mutilado. El dolor en mi cabeza era insoportable, mientras agonizaba bajé la mirada hasta sus piernas, seguían siendo hermosas.

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Chale, el Chino tiene razón ¿estas pendejadas escribo?, lo bueno que no me dedico a esto.

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